viernes, 14 de febrero de 2014

9-14

Cae el hermoso y precioso siglo XXI. De orejas blancas como el cristal. Caen los aviones. Caen las rutinas. Caen las bombas. Caen las borlas. Caen los sueños. Caen las mañas. Caen las sombras. Caen las sordas. Caen los idiotas que quieren ser héroes, y los héroes que no quieren ser. Caen las historias, los regalos, los maestros. Caen los árboles y los sacapuntas. Cae Planck. Cae Hawking. Cae Ott. Cae la cortina de retina. Pero no cae la hipocresía. Como no caen tus golpes de pared. No caen tus alas. Caen tus lágrimas y tumban el podio, pero no cae tu integridad. No cae tu pecho, con ese huesito que rompe los quarks, los cuantos y las cuerdas. No cae tu tristeza, apocalíptica pero certera. Cae tu optimismo, yo lo levanto con una bombilla. No caen tus manos. No caen tus pestañas. No cae tu voz. Y que tu voz no caiga nunca, porque sin vos no hay después. Porque son ochenta las flechas entrópicas que alumbran la existencia. Porque el chocolate rompe la ceguera. Porque la ceguera ya no te reconoce. Porque vuelas y ríes, porque ríes y lloras, y lloras y lloro. Y porque así caigan los edificios, las botas y los votos. Tú no caes. Y no me dejas caer. Solo tú conoces el día en que las mariposas de colores rodearon el obelisco. Solo tú conoces la mitad de ese número. Sólo tú conoces la burbuja piramidal. La muerte es un mito cuando te beso los ojos. La nieve nunca será fría mientras te aparte el cabello de la frente, y la colisione con la mía. Qué bonitas son las letras del abecedario cuando la última se vuelve la primera. La única.


Foto cortesía: Zara Noia